(Buenos Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986) Escritor
argentino considerado una de las grandes figuras de la literatura en lengua
española del siglo XX. Cultivador de variados géneros, que a menudo fusionó
deliberadamente, Jorge Luis Borges ocupa un puesto excepcional en la historia
de la literatura por sus relatos breves.
Aunque las ficciones de Borges recorren el conocimiento
humano, en ellas está casi ausente la condición humana de carne y hueso; su
mundo narrativo proviene de su biblioteca personal, de su lectura de los
libros, y a ese mundo libresco e intelectual lo equilibran los argumentos
bellamente construidos, simétricos y especulares, así como una prosa de
aparente desnudez, pero cargada de sentido y de enorme capacidad de sugerencia.
Recurriendo a inversiones y tergiversaciones, Borges llevó
la ficción al rango de fantasía filosófica y degradó la metafísica y la
teología a mera ficción. Los temas y motivos de sus textos son recurrentes y
obsesivos: el tiempo (circular, ilusorio o inconcebible), los espejos, los
libros imaginarios, los laberintos o la búsqueda del nombre de los nombres. Lo
fantástico en sus ficciones siempre se vincula con una alegoría mental,
mediante una imaginación razonada muy cercana a lo metafísico.
Ficciones (1944), El Aleph (1949) y El Hacedor (1960)
constituyen sus tres colecciones de relatos de mayor proyección. A pesar de que
su obra va dirigida a un público comprometido con la aventura literaria, su
fama es universal y es definido como el maestro de la ficción contemporánea.
Sólo su ideario político pudo impedir que le fuera concedido el Nobel de
Literatura.
Biografía
Jorge Luis Borges procedía de una familia de próceres que
contribuyeron a la independencia del país. Un antepasado suyo, el coronel
Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de
Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel.
Pero fue su padre, Jorge Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición
familiar se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la
delicada Leonor Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la
casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de
Palermo, a la calle Serrano 2135, donde creció el aprendiz de escritor teniendo
como compañera de juegos a su hermana Norah.
En aquella casa ajardinada aprendió Borges a leer inglés con
su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos versos, los recuerdos de
aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda su vida. Con apenas seis
años confesó a sus padres su vocación de escritor, e inspirándose en un pasaje
del Quijote redactó su primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La
visera fatal. A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una
composición propia, sino una brillante traducción al castellano de El príncipe
feliz de Oscar Wilde.
En el mismo año en que se inició la Primera Guerra Mundial,
la familia Borges recorrió los inminentes escenarios bélicos europeos, guiados
esta vez no por un admirable coronel, sino por un ex profesor de psicología e
inglés, ciego y pobre, que se había visto obligado a renunciar a su trabajo y
que arrastró a los suyos a París, a Milán y a Venecia hasta radicarse
definitivamente en la neutral Ginebra cuando estalló el conflicto.
Borges era entonces un adolescente que devoraba
incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como
Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas, y que descubría maravillado el
expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando
por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink El golem.
Hacia 1918 lee asimismo a autores en lengua española como
José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego y al año siguiente la
familia pasa a residir en España, primero en Barcelona y luego en Mallorca,
donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en los que se exaltaba
la revolución soviética y que tituló Salmos rojos.
En Madrid trabará amistad con un notable políglota y
traductor español, Rafael Cansinos Assens, a quien extrañamente, a pesar de la
enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro. Conoció también a
Valle-Inclán, a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset, a Ramón Gómez de la
Serna, a Gerardo Diego... Por su influencia, y gracias a sus traducciones,
fueron descubiertos en España los poetas expresionistas alemanes, aunque había
llegado ya el momento de regresar a la patria convertido, irreversiblemente, en
un escritor.
La juventud ultraísta
De regreso en Buenos Aires, en 1921 fundó con otros jóvenes
la revista Prismas y, más tarde, la revista Proa; firmó el primer manifiesto
ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a Europa, entregó a la imprenta
su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces
numerosas publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrente
(1925) y Cuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El
tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que desde entonces se
negaría a reeditar.
Durante los años treinta su fama creció en Argentina y su
actividad intelectual se vinculó a Victoria Ocampo y Silvina Ocampo; las
hermanas Ocampo le presentaron a su vez a Adolfo Bioy Casares, pero su
consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De momento
ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad a Virginia
Woolf, a Henri Michaux y a William Faulkner y publica antologías con sus
amigos; frecuenta a su maestro Macedonio Fernández y colabora con Victoria
Ocampo en la fundación de la emblemática revista Sur (1931), en torno a la cual
se moverá lo mejor de las letras argentinas de entonces (Oliverio Girondo,
Enrique Anderson Imbert y el mismo Bioy Casares, entre otros).
En 1938 fallece su padre y comienza a trabajar como
bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las navidades de ese
mismo año sufre un grave accidente, provocado por su progresiva falta de
visión, que a punto está de costarle la vida. Al agudizarse su ceguera, Borges
deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos y desde entonces requerirá
permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos para poder escribir,
colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940, el mismo año en que
asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy Casares, publica con
ellos una espléndida Antología de la literatura fantástica, y al año siguiente
una Antología poética argentina.
En 1942, Borges y Bioy se esconden bajo el seudónimo de H.
Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos cuentos policiales que
titulan Seis problemas para don Isidro Parodi. Sin embargo, su creación
narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado, e incluso fracasa al
presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus cuentos recogidos en el
volumen El jardín de senderos que se bifurcan (1941), los cuales se incorporarán
luego a uno de sus más célebres libros, Ficciones (1944), obra con que se
inicia su madurez literaria y el pleno reconocimiento en su país.
Del peronismo a Videla
En 1945 se instaura el peronismo en Argentina, y su madre
Leonor y su hermana Norah son detenidas por hacer declaraciones contra el nuevo
régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos años después Borges, una
"prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos", pero lo cierto
es que, a causa de haber firmado manifiestos antiperonistas, el gobierno lo
apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de
aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el
poeta ciego hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida
como conferenciante.
La policía se mostró asimismo suspicaz cuando la Sociedad
Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su presidente, habida cuenta de que
este organismo se había hecho notorio por su oposición al nuevo régimen. Ello
no obsta para que sea precisamente en esta época de tribulaciones cuando
publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949), ni para que siga
trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y nuevos volúmenes
de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955.
En esta diversa tesitura política, el recién constituido
gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario que ha venido
alcanzando, director de la Biblioteca Nacional, e ingresará asimismo en la
Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos públicos se
suceden: Doctor honoris causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de
Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con
Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio
del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de
Sèo Paulo...
Inesperadamente, en 1967 contrae matrimonio con una antigua
amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, boda de todos modos menos tardía y
sorprendente que la que formalizaría pocos años antes de su muerte, ya
octogenario, con María Kodama, su secretaria, compañera y lazarillo: una mujer
mucho más joven que él, de origen japonés, a la que nombraría su heredera
universal. Pero la relación con Elsa fue no sólo breve, sino desdichada, y en
1970 se separaron para que Borges volviera de nuevo a quedar bajo la abnegada
protección de su madre.
Los últimos reveses políticos le sobrevinieron con el
renovado triunfo electoral del peronismo en Argentina en 1974, dado que sus
inveterados enemigos no tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la
Biblioteca Nacional ni en excluirlo de la vida cultural porteña.
Dos años después, ya fuera como consecuencia de su
resentimiento o por culpa de una honesta alucinación, Borges, cuya autorizada
voz resonaba internacionalmente, saludó con alegría el derrocamiento del
partido de Perón por la Junta Militar Argentina, aunque muy probablemente se
arrepintió enseguida cuando la implacable represión de Videla comenzó a
cobrarse numerosas víctimas y empezaron a proliferar los
"desaparecidos" entre los escritores. El propio Borges, en compañía
de Ernesto Sábato y otros literatos, se entrevistó ese mismo año de 1976 con el
dictador para interesarse por el paradero de sus colegas
"desaparecidos".
De todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su actitud
inicial le había granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto
de que un académico sueco, Artur Ludkvist, manifestó públicamente que jamás
recaería el Premio Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas.
Ahora bien, pese a que los académicos se mantuvieron recalcitrantemente tercos
durante la última década de vida del escritor, se alzaron voces, cada vez más
numerosas, denunciando que esa actitud desvirtuaba el espíritu del más preciado
premio literario.
Para todos estaba claro que nadie con más justicia que
Borges lo merecía y que era la Academia Sueca quien se desacreditaba con su
postura. La concesión del Premio Cervantes en 1979 compensó en parte este
agravio. En cualquier caso, durante sus últimos días Borges recorrió el mundo
siendo aclamado por fin como lo que siempre fue: algo tan sencillo e insólito
como un "maestro".
La obra de Jorge Luis Borges
Borges es sin duda el escritor argentino con mayor
proyección universal. Se hace prácticamente imposible pensar la literatura del
siglo XX sin su presencia, y así lo han reconocido no sólo la crítica especializada,
sino también las sucesivas generaciones de escritores, que vuelven con
insistencia sobre sus páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del
arte de escribir.
Borges fue el creador de una cosmovisión muy singular,
sostenida sobre un original modo de entender conceptos como los de tiempo,
espacio, destino o realidad. Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas
simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las
diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona (William Shakespeare,
Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son referencias permanentes
en su obra), además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las
primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía. Su
riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa construcción de
sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de elementos sin que
ninguno de ellos desentonara.
Los inicios poéticos
Borges había conocido en Madrid a los jóvenes escritores del
grupo ultraísta, que se nucleaban en torno al poeta andaluz Rafael Cansinos
Assens. A su retorno a la Argentina, a comienzos de la década de 1920, difundió
entre sus pares esa nueva concepción de la poesía y las imágenes poéticas,
principalmente dentro del grupo de los escritores vanguardistas. El primer
libro de poemas de Borges fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que ensayó
una visión personal de su ciudad, de evidente cuño vanguardista.
En 1925 dio a conocer Luna de enfrente y, tres años más
tarde, Cuaderno San Martín, poemarios en los que aparece con insistencia su
mirada sobre las "orillas" urbanas, esos bordes geográficos de Buenos
Aires en los que años más tarde ubicará la acción de muchos de sus relatos.
Puede decirse que en estos primeros libros Borges funda con su escritura una
Buenos Aires mítica, dándole espesor literario a calles y barrios, portales y
patios. El poeta parece rondar la ciudad como un cazador en busca de imágenes
prototípicas, que luego volcará con maestría en sus versos y prosas.
En 1930 publicó Evaristo Carriego, un título esencial en la
producción borgeana. En este ensayo, al tiempo que traza una biografía del
poeta popular que da título al libro, se detiene en la invención y narración de
diferentes mitologías porteñas, como en la poética descripción del barrio de
Palermo. Evaristo Carriego no responde a la estructura tradicional de las
presentaciones biográficas, sino que se sirve de la figura del poeta elegido
para presentar nuevas e inéditas visiones de lo urbano, como se manifiesta en
capítulos tales como "Las inscripciones de los carros" o
"Historia del tango".
Hacia 1932 da a conocer Discusión, libro que reúne una serie
de ensayos en los que se pone de manifiesto no sólo la agudeza crítica de
Borges, sino también su capacidad en el arte de conmover los conceptos
tradicionales de la filosofía y la literatura. Además de las páginas dedicadas
al análisis de la poesía gauchesca, este volumen integra capítulos que han
servido como venero de asuntos de reflexión para los escritores argentinos,
tales como "El escritor argentino y la tradición", "El arte
narrativo y la magia" o "La supersticiosa ética del lector".
En 1935 aparece Historia universal de la infamia, con textos
que el propio autor califica como ejercicios de prosa narrativa y en los que es
evidente la influencia de Robert Louis Stevenson y G. K. Chesterton. Este
volumen incluye uno de sus cuentos más famosos, "El hombre de la esquina
rosada"; le siguieron los ensayos de Historia de la eternidad (1936).
La madurez de un narrador
El accidente casi mortal que sufrió a fines de 1938 marcó el
antes y el después de su destino: de él saldría con la secuela del avance
irreversible de su ceguera y con la decisión de enfrentarse a la creación de
ficciones, cuyo primer fruto será el memorable relato El sur, y el libro que
iniciará la ininterrumpida sucesión de sus obras maestras: El jardín de
senderos que se bifurcan (1941). A partir de ese momento, la vida y la obra de
Borges entran en una madurez y en una creciente divulgación en círculos
concéntricos, que sólo se interrumpirán con su muerte, casi medio siglo más
tarde.
Con ser todo ello significativo para la vida del autor, lo
más destacable del proceso es el reconocimiento que Borges hace de sí mismo y
de su obra a partir del comienzo de los años cuarenta, y que le impulsa a la
creación de ese género a mitad de camino entre la narrativa, el ensayo, la
glosa, la sinopsis de libros que nunca serán escritos y la investigación
erudita, que definirá mejor que nada su título acaso más representativo,
Ficciones, que en 1944 marca el ecuador de la obra de Borges, no sólo por el
nivel insuperable que alcanza, sino por la condensación genérica que la caracterizará
de allí en adelante.
Ciertamente, Ficciones (1944) acabó de consolidar a Borges
como uno de los escritores más singulares del momento en lengua castellana. En
la primera de sus partes, titulada El jardín de senderos que se bifurcan,
reeditó la colección de ocho cuentos que había publicado en 1941; en la segunda
parte, Artificios, incluyó seis nuevos relatos, número ampliado a nueve en la
edición de 1956.
En las páginas de este libro se despliega toda su maestría
imaginativa, plasmada en cuentos como "La biblioteca de Babel",
"El jardín de los senderos que se bifurcan" o "La lotería de
Babilonia". También pertenece a este volumen "Pierre Menard, autor
del Quijote", relato o ensayo (en Borges esos géneros suelen confundirse
deliberadamente) en el que reformula con genial audacia el concepto tradicional
de influencia literaria, así como su célebre cuento "La muerte y la
brújula", en el que la trama policial se conjuga con sutiles apreciaciones
derivadas del saber cabalístico, al que Borges dedicó devota atención.
El Aleph (1949), volumen de diecisiete cuentos, vuelve a
demostrar su maestría estilística y su ajustada imaginación, que combina
elementos de la tradición filosófica y de la literatura fantástica. Además del
cuento que da título al libro, se incluyen otros como "Emma Zunz",
"Deutsches Requiem", "El Zahir" y "La escritura del
Dios". El Hacedor (1960) incluía algunas piezas escritas treinta años
antes y sin embargo guardaba una sólida unidad entre todas sus partes, no sólo
formal sino también en cuanto a contenidos, siempre alineados en la idea borgeana
de que tanto los grandes sistemas de la metafísica como las parábolas y las
elucidaciones de la teología son elementos que forman parte del gran mundo de
la literatura fantástica.
La consagración internacional
Con la obtención del Premio Internacional de Literatura
Formentor, que comparte con Samuel Beckett en 1961, la crítica descubre a
Borges a nivel planetario, y las invitaciones, los doctorados honoris causa,
los ciclos de conferencias, los premios y las traducciones a las más diversas
lenguas se sucedieron en un vértigo incesante, que lo convirtieron en uno de
los escritores vivos de mayor prestigio y reconocimiento universal.
El impactante y masivo reconocimiento público de la figura y
la obra de Borges debe ser situado como un efecto derivado del llamado Boom de
la literatura hispanoamericana. La demanda por parte del público de obras de
autores latinoamericanos no se agotó con aquellos que originalmente pertenecían
a la generación del Boom (Julio Cortázar, Gabriel García Márquez o Mario Vargas
Llosa), sino que se extendió a un grupo de escritores que, por edad y por
preferencias estéticas, no formaban parte de esa órbita.
A pesar de la nutridísima bibliografía de Borges, de pocos
escritores como de él se puede afirmar que es, en lo esencial, autor de un solo
libro, desdoblado en distintas versiones o aproximaciones, que sus Obras
Completas ejemplifican como otros tantos frutos de un mismo árbol, ya que (como
él mismo afirmara de Quevedo) más que un escritor, Borges es en verdad
"una vasta literatura".
Así, sus obras en prosa posteriores a las mencionadas
(Manual de zoología fantástica, 1957; El libro de los seres imaginarios, 1967;
El informe de Brodie, 1970; El congreso, 1971; El libro de arena, 1975)
incluyen con frecuencia poemas. Durante treinta años no había publicado un solo
verso, como para marcar una distancia definitiva con la etapa que denominó
"la gran equivocación ultraísta"; y sus entregas poéticas de la
madurez, como El otro, el mismo (1964), Para las seis cuerdas (1965), Elogio de
la sombra (1969), El oro de los tigres (1972), La rosa profunda (1975) o La
moneda de hierro (1976), admiten poemas narrativos, y otros que son auténticas
ficciones, como "El Golem", que simplemente han sido redactadas en
verso.
La obra de Borges se reparte también en un buen número de
volúmenes escritos en colaboración, tanto dedicados a la ficción como al
ensayo. Engrosan el caudal de sus escritos una gran cantidad de notas de
crítica bibliográfica y comentarios de literatura, aparecidos en diferentes
publicaciones periódicas argentinas y extranjeras, además de conferencias y
entrevistas en las que desplegó con inteligencia y mordacidad sus puntos de
vista. Se trata de una parte de su obra que, casi a la misma altura que sus
libros considerados mayores, ha sido objeto recurrente de comentario y estudio
por parte de la crítica y de numerosas recopilaciones.
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