José Gabriel Condorcanqui (Surimana, 1738 -
Cuzco, 1781) fue un revolucionario peruano. Descendía por
línea materna de la dinastía real de los incas: era tataranieto de Juana
Pilco-Huaco, la hija del último soberano inca, Túpac Amaru I, que había sido
ejecutado por los españoles en 1572. Más de doscientos años después, en 1780,
el vigoroso José Gabriel, hombre carismático, culto y de elegante estampa,
lideró el más importante de los levantamientos indígenas contra las autoridades
coloniales españolas.
Tras el fracaso de la revuelta, que ha sido vista como el
preludio de las luchas por la independencia, fue ejecutado con extrema
crueldad, uniendo su destino al de su ancestro. Las rebeliones indígenas
prosiguieron durante dos años en diversas regiones del país, y obligaron a las
autoridades a introducir poco más que algunas reformas. Pero el nombre de Túpac
Amaru se convirtió en símbolo y bandera para posteriores insurrecciones indígenas
y criollas; todavía en el siglo XX diversos movimientos guerrilleros
revolucionarios reivindicaron su figura.
Biografía
Hijo del cacique Miguel Condorcanqui, nació Surimana o quizá
en Tungasuca hacia 1738, y se educó con los jesuitas en el Colegio de San
Bernardo de Cuzco. Durante un tiempo se dedicó al negocio del transporte entre
las localidades de Tungasuca, Potosí y Lima, para lo cual contó con un
contingente de varios centenares de mulas; hizo también fortuna en negocios de
minería y tierras. Hombre educado y carismático, llegó a ser cacique de
Tungasuca, Surimana y Pampamarca, y las autoridades reales le concedieron el
título de marqués de Oropesa.
Su prestigio entre los indios y mestizos le permitió
encabezar una rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780; dicha
rebelión (precedida por otras similares) estalló por el descontento de la
población contra los abusos de los corregidores y contra los tributos, el
reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que imponían
los españoles (mitas y obrajes).
José Gabriel Condorcanqui adoptó el nombre de su ancestro
Túpac Amaru (razón por la que sería conocido como Túpac Amaru II) como símbolo
de rebeldía contra los colonizadores. Se presentó como restaurador y legítimo
heredero de la dinastía inca y envió emisarios para extender la rebelión por
todo el Perú. El levantamiento se dirigía contra las autoridades españolas
locales, manteniendo al principio la ficción de lealtad al rey Carlos III. Sin
embargo, no solamente los insistentes abusos de los corregidores, sino también
la dureza de algunas de las recientes medidas impulsadas por la misma monarquía
española (y las cargas económicas que implicaron para la población indígena)
fueron el motor de la sublevación de Túpac Amaru II.
Las raíces de una crisis
Los levantamientos de finales del siglo XVIII, en especial
en las regiones con una fuerte presencia indígena, fueron el preludio de la
descomposición del imperio español en América. Debido a la penuria en que se
hallaban las arcas públicas a causa de los conflictos internacionales, la
corona española impuso una carga fiscal excesiva en sus dominios americanos. El
despliegue reformista que transformó el viejo orden colonial entre los años
1776 y 1787, período en que José de Gálvez ocupó la Secretaría de Indias, tuvo
consecuencias divergentes en los distintos territorios. En general, las nuevas
medidas favorecieron el crecimiento de las economías portuarias vinculadas al
comercio con España.
En cambio, sobre las regiones que habían sido hasta entonces
centros neurálgicos del imperio, como Perú, el impacto fue más bien negativo.
Las ciudades sufrieron un claro retroceso, como muestra el estancamiento de
Lima, y se desencadenó una crisis económica, con caída de la industria y de la
circulación monetaria, así como una gran inquietud social a causa de la fuerte
presión fiscal, que castigó duramente a las clases campesinas y urbanas,
atrapadas entre el descenso de sus ingresos y el alza de los precios. Las
poblaciones indígenas, el eslabón más débil del sistema económico, no podían
cumplir con estas imposiciones; sufrieron los abusos de los corregidores, y no
encontrarían otro camino que enfrentarse a esa opresión con métodos violentos.
Al llegar a Lima el visitador José Antonio de Areche
(enviado por José de Gálvez para ejecutar las nuevas medidas dictadas por la
corona), se inició un sistemático aumento de los impuestos de alcabala y un
reajuste de los impuestos aduaneros en el sur de Perú, lo cual produciría
grandes dificultades comerciales. Por ejemplo, para ir de Arequipa al Cuzco
había que pasar por territorio del Virreinato del Río de la Plata, porque Puno
pertenecía a esa jurisdicción, y ello comportaba el pago de impuestos
aduaneros. Por otra parte, una vez legalizado el reparto forzoso de mercaderías
(la obligación de comprar mercancías al corregidor a precios injustamente
altos), se intentó regular legalmente esta abusiva práctica comercial,
restringiéndola a un tope que no podía ser excedido. No obstante, el corregidor
Antonio Arriaga, encargado de los cacicazgos de José Gabriel Condorcanqui,
había sobrepasado con creces dicho límite.
Los indígenas peruanos sufrían además la imposición del
servicio personal forzoso o mita: periódicamente eran llamados y obligados a
trabajar en las minas, en los campos, en las obras públicas y en el servicio
doméstico a cambio de un salario irrisorio. Curiosamente, se concedían mitas
para la construcción de casas para particulares porque se consideraba de
"interés público", pero no así para el cultivo de determinadas
plantas juzgadas dañinas, como la coca y la viña.
El sistema de mitas tuvo graves consecuencias, porque el
traslado de la sierra al llano y del llano a la sierra de la población indígena
(lo que se ha dado en llamar la "agresión climática") desencadenó una
gran mortandad entre los indios peruanos; las aldeas se iban despoblando, de
modo que a los supervivientes les tocaba cada vez con más frecuencia cumplir el
servicio de mita. No eran los únicos en ser explotados: los que trabajaban en
los obrajes (fábricas de tejidos) comenzaban su tarea al alba, no la
interrumpían hasta que las mujeres les traían la comida y continuaban hasta que
faltaba la luz solar, en una extenuante jornada.
La rebelión de Túpac Amaru
Ante este intolerable estado de cosas se produjeron
numerosos alzamientos, de intensidad creciente, y que tuvieron escenarios y
razones variadas; pero en Perú y en el territorio de la Audiencia de Charcas,
las manifestaciones más o menos puntuales de descontento popular se
transformarían en una sublevación general que sacudió los cimientos del orden
colonial. Debe decirse que Túpac Amaru intentó primeramente promover, de forma
pacífica, reformas que aliviasen la insoportable situación de sus protegidos.
En 1776 se trasladó a Lima para solicitar que se exonerara a los indígenas de
los servicios de mita y de la abusiva explotación que padecían en los obrajes.
Pero todas sus reclamaciones fueron desatendidas y en 1778 volvió a su
cacicazgo de Tungasuca.
La revuelta no se haría esperar. El alzamiento se inició el
10 de noviembre de 1780, con la ejecución del despótico corregidor Antonio
Arriaga, que había sido apresado en Tinta por sus partidarios. Túpac Amaru lo
mandó ajusticiar en la plaza de Tungasuca, ordenando asimismo la destrucción de
diversos obrajes. Como respuesta inmediata, las autoridades de Cuzco enviaron
una expedición punitiva formado por mil doscientos hombres, que cayó derrotada
en Sangarará el 18 de noviembre.
Por razones difíciles de comprender, Túpac Amaru no intentó
entonces el asalto definitivo a Cuzco, sino que regresó a Tungasuca, se
autoinvistió de la dignidad de soberano legítimo del imperio incaico e intentó
ingenuamente negociar la rendición de la ciudad. Mientras tanto, los
llamamientos enviados a través de sus emisarios extendieron la revuelta por
todo el Bajo y el Alto Perú y parte del virreinato del Río de la Plata, es
decir, por la actual Bolivia, Perú y el norte de Argentina. Con razón la
historiografía considera que la de Túpac Amaru fue la más importante
insurrección del siglo XVIII contra el dominio español: su influencia se dejó
sentir incluso en la revolución de los comuneros del virreinato de Nueva
Granada (1781) y tuvo profundas repercusiones en toda la América española.
La reacción fue, como era previsible, militar y no
diplomática. En enero de 1781, las fuerzas de Túpac Amaru II fueron rechazadas
por los españoles en las inmediaciones de la antigua capital: el asedio de
Cuzco había fracasado. A partir de entonces el movimiento se estancó y pasó a
la defensiva. El virrey Agustín de Jáuregui mandó desde Lima un poderoso
ejército de 17.000 hombres, al tiempo que desalentaba la rebeldía haciendo
concesiones a los indios (como crear en la Audiencia una sala especial para
atender sus quejas o limitar los poderes de los corregidores).
Derrota y ejecución
Apenas un mes antes de ser derrotado, Túpac Amaru envió una
carta a las autoridades coloniales en la que expresaba tanto su preocupación
por la situación de sus protegidos como su posición ideológica. En dicha misiva
se aprecia la amplitud de sus conocimientos; se declara católico, recuerda la
acción de Vespasiano y su hijo Tito en la destrucción de Jerusalén, y compara a
sus opresores con "ateístas, calvinistas y luteranos, enemigos de
Dios"; detalla los abusos cometidos por los funcionarios, pide que los indígenas
no sean reclutados como esclavos y que desaparezcan los malos corregidores y
las encomiendas. Tras una minuciosa denuncia en torno a cada uno de los
problemas planteados, basa su reclamación de justicia en el derecho indiano,
del que era profundo conocedor, ya que había cursado estudios jurídicos en la
Universidad de Chuquisaca.
En la noche del 5 al 6 de abril de 1781, el ejército
virreinal asestó el golpe definitivo a los sublevados en la batalla de
Checacupe. Túpac Amaru II se retiró a Combapata, pero fue traicionado por el
criollo Francisco Santa Cruz, que lo entregó a los realistas junto con su
familia. Para el líder de los rebeldes estaban reservadas, en los días que
mediaron entre su captura y su ejecución, las torturas mandadas ejecutar por el
implacable visitador José Antonio de Areche, cuya misión consistía en averiguar
los nombres de los cómplices del vencido caudillo. Sin embargo, pese a los
pocos miramientos que tuvo para con el prisionero, no obtuvo de Túpac Amaru
sino esta noble respuesta: "Nosotros somos los únicos conspiradores:
Vuestra Merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables y yo por
haber querido librar al pueblo de semejante tiranía."
El 18 de mayo de 1781, conforme a la sentencia dictada
cuatro días antes, el visitador Areche mandó ejecutar sañudamente, en presencia
de Túpac Amaru, a la esposa, hijos y otros familiares y lugartenientes del
cabecilla en la plaza de Cuzco. El propio Areche hubo de conceder que Túpac
Amaru era "un espíritu de naturaleza muy robusta y de serenidad
imponderable". Ello no fue óbice para que a continuación, convencido de
que nunca lograría convertir a Túpac Amaru en delator, mandase al verdugo que
le cortara la lengua, que le atasen las extremidades a gruesas cuerdas para que
tirasen de ellas cuatro caballos y que se procediera a la descuartización. Así
se hizo, pero las bestias no consiguieron durante largo rato desmembrar a la
imponente víctima, por lo que Areche, según algunos piadosamente, según otros más
airado que compadecido, decidió acabar con el inhumano espectáculo de la
tortura ordenando que le cortaran la cabeza.
Cumplida la sentencia, se envió cada parte de su cuerpo a un
pueblo de la zona rebelde, en un intento de dar a la ejecución un valor ejemplarizante.
Aunque la revuelta continuó durante algún tiempo más (encabezada por un primo y
un sobrino de Túpac Amaru) y algunas otras le siguieron, ninguna llegaría a
revestir especial gravedad, y en este sentido la muerte de Túpac Amaru marcó el
fin de un ciclo de levantamientos indígenas anticoloniales. Durante mucho
tiempo algunos historiadores situaron en esta rebelión el inicio de la
independencia del Perú; hoy posiblemente no se pueda ser tan enfático, puesto
que se debe tener en cuenta que en el proceso de independencia intervinieron
otros factores, como la conciencia de los criollos acerca de sus derechos de
autogobierno. En cualquier caso, es innegable que el levantamiento de Túpac
Amaru II tuvo un carácter plural, ya que en sus filas confluyeron indígenas,
mestizos, criollos e incluso españoles, una integración que fue un paso
importante para el logro de la futura emancipación.
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